Consulta. (Fragmento de la novela inédita PANDA)

Por Ricardo Cie


Eugenio Rodríguez no vio cuando se dislocaron las vértebras del cuello del gallo que se retorcía en las manos del cubano Fermín, pero las oyó claramente. No era fácil ver, porque Fermín estaba de espalda y él tenía puesto aún el casco de la moto. Si el gallo hubiera podido gritar, la acción hubiera sido más escandalosa, pero no por eso menos espeluznante.

—Tú tranquilo, brother. Si te da cosita no tienes que mirar. Concéntrate en lo que le quieres pedir a la diosa, que de la ofrenda me encargo yo.

El fuerte acento cubano de Fermín, el Babalao, pretendía ser tranquilizador. Pero inmediatamente empezó a rezar en un idioma extraño (¿Africano?), a gran velocidad, mientras su espalda tapaba, a ratos, lo que estaba haciendo. Las veces que no lo tapó, le mostraron a Eugenio el gallo, sin cabeza en las manos de Fermín, vaciando por el cuello cercenado toda la sangre de su cuerpo en una sopera de cerámica. Las gotas, espesas, caían también en el piso, en la pared y en su conciencia.

Eugenio cerró los ojos. Se repitió las palabras que le dijo Esteban cuando le recomendó hacerse una «consulta» con el babalao: «A mí tampoco me gusta lo de matar animales, pero yo no lo estoy haciendo. Yo le pido ayuda a Él y Él es el que cree que me ayuda sacrificando animales. Yo no voy a que mate animales, yo voy a que me ayude con mis cosas. Y desde que voy me va de poca madre». No había terminado de rememorar cuando un buen chorro de sangre tibia saltó del cuello del gallo para estrellarse en el visor del casco. Algo bueno tuvo finalmente el absurdo asunto del casco, pensó Eugenio, mientras la sangre empezaba a gotear desde el borde del maldito artilugio que no podía quitarse de la cabeza.

—Emi o mona kan eyi ti nba gba r’elejogun o. Eyi nab gba r’elejogun, eyi nba gba r’elejogun. Egbe ope o. Emi o mona kan eyi ti nba gba r’elejogun o. Eyi nab gba r’elejogun, eyi nba gba r’elejogun. Egbe ope o. Emi o mona kan eyi ti nba gba r’elejogun o. Eyi nab gba r’elejogun, eyi nba gba r’elejogun. Egbe ope o. Emi o mona kan eyi ti nba gba r’elejogun o. Eyi nab gba r’elejogun, eyi nba gba r’elejogun. Egbe ope o. Emi o mona kan eyi ti nba gba r’elejogun o. Eyi nab gba r’elejogun, eyi nba gba r’elejogun. Egbe ope o —Fermín disparaba sus frases, a una velocidad inusitada, mientras arrancaba unas plumas del cuerpo ya vacío del gallo y las echaba en la ecléctica mezcla de verduras, polvos y especias de la sopera que tenía enfrente.

Fermín siguió con su ritual y Eugenio no lograba controlar sus pensamientos. Inicialmente quiso obedecer y mantenerse en las ideas de mejora en su vida que le permitieran un respiro. En realidad, él no buscaba mejorar su vida. Ya había abandonado hasta esa idea. Últimamente, Eugenio se conformaba con que la vida fuera simplemente menos desastrosa. Allí fue cuando perdió la autoridad frente a sus pensamientos, porque éstos se lanzaron velozmente por la ruta que él mismo acababa de trazar. Empezaron a rastrear la enorme cadena de eventos calamitosos que desde muy pequeño habían marcado su existencia.

1. Se vio de tres años, recibiendo un triciclo hermoso que le regalaba su padrino. Era la tarde de su fiesta de cumpleaños. Se vio posando para una foto en el triciclo que aún tenía el moño azul de regalo. Y vio cómo sus primos de seis, seite y nueve años acabaron despatarrando el triciclo hasta dejarlo inservible apenas unas horas después, antes incluso de romper la piñata y cortar el pastel.

2. Se vio de seis, vestido y peinado para recibir a sus invitados en la nueva celebración de cumpleaños. Se vio tres horas después vestido y peinado pero lloroso, su mamá consolándolo, porque no había llegado ni un niño a la fiesta. Un error en la fecha de la invitación, pero difícil de entender a los seis años. De ahí en adelante no habría más fiestas. Eugenio las “cambió” por un regalo más grande y un pastel en estricto círculo familiar.

3. Se vio de catorce, en la esquina de una calle, con sus libros de estudio en las manos. Vio cómo al pasar por delante de él un Jeep, el copiloto sacaba la mano y le daba un sonoro cachetazo en plena cara. Cayó al piso y la rueda trasera del vehículo le pasó por encima de la pierna.

4. Se vio dos semanas después del atropello, viendo un partido de fútbol en silla de ruedas. Vio el cañonazo desviado que pateó el delantero del equipo local y cómo el balón, sin compasión alguna, se estrelló en su cara haciéndolo caer de espaldas con silla de ruedas y todo.

5. Se vio finalmente esa mañana, saliendo de su edificio con el casco en la mano hacia la moto. Tomó el casco, se lo puso. Y en cámara lenta, observó el momento exacto en que, mientras él bajaba la visera del casco, una abeja particularmente malhumorada, se coló en el pequeño espacio que quedaba abierto antes de que la visera cerrara, quedando encerrada y furiosa, entre el vidrio y la cara de Eugenio. Ya a velocidad normal, corrió, trató de abrir la visera, gritó, cayó al piso, se revolcó, golpeó su cabeza con el casco en un tronco de árbol numerosas veces (como si eso pudiera arreglar algo) y luego de segundos que fueron siglos, logró abrir la visera. La abeja escapó y su alergia hereditaria a las picadas de insectos se encargó de triplicar el tamaño de su cara en 8 segundos exactos, con le casco puesto.

Ya no se lo pudo sacar. Su cara quedó dolorida y atorada dentro del casco. Por eso tuvo que estar todo el día haciendo sus diligencias con él puesto. Por eso casi lo detienen en el banco. Por eso el chorro de sangre del gallo muerto en la “sesión” con Fermín, no le había caído directamente a la cara.

De vuelta a la sesión, ya Fermín terminaba sus rezos y acto seguido metió los cuerpos y cabezas de los tres gallos utilizados en una bolsa negra que le puso en las manos a Eugenio.

—Esta parte te toca a ti, brother. Te llevas contigo esta bolsa. No la abras, no los mires, no la toques mucho. Si no puedes llegar a algún lugar solitario o a un bosque o algo así ahora, déjala fuera de tu casa y esta noche la llevas a un sitio bien lejos, la tiras y te vas sin voltear a mirar siquiera.

—Y ya con esto, ¿van a mejorar las cosas? ¿Voy a sentir algo? ¿Alguna señal de que el proceso funcionó?

—Brother, esto debería tener un efecto inmediato. Tampoco creas que se te va a destrancar ese casco saliendo por la puerta, ya que los caminos de los dioses a veces son confusos, pero tienes que empezar a sentir que las cosas se encarrilan. Y te digo algo más, con total honestidad: Yo tengo ya 20 años tratando gente y lo que te hice es caro porque es un recurso extremo y poderoso. Si tus cosas no mejoran con esto, no sé qué animal vamos a tener que sacrificar.

No hay comentarios: